Las calacas, o esqueletos, son elementos icónicos del imaginario mexicano que trascienden el tiempo y la cultura.
Estas figuras óseas no solo se relacionan con la idea de la muerte, sino que también capturan la esencia del mestizaje, un componente fundamental de la identidad de México.
José Guadalupe Posada, un destacado grabador y caricaturista mexicano, desempeñó un papel fundamental en la transformación y consolidación de estas imágenes en el folklore nacional.
Nacido en 1852 en Aguascalientes, José Guadalupe Posada comenzó su carrera a los 19 años en el periódico “El Jicote”.
En una época de inestabilidad política en México, el artista buscó plasmar la complejidad de la sociedad y su imaginario en sus trabajos.
Además de los conflictos armados, la imaginación mexicana estaba llena de supersticiones, mitos y fenómenos naturales, y Posada supo captar todo ello a través de sus grabados.
José Guadalupe Posada no bautizó a ninguna de sus calaveras como “Catrina” en vida; sin embargo, “La Garbancera” se ha convertido en un ícono del Día de Muertos y, para algunos, en precursora del culto a la Santa Muerte.
Aunque su nombre evoca imágenes de la alta sociedad, la “Catrina” en realidad simboliza innumerables aspectos de la memoria colectiva mexicana.
Las calaveras de Posada son, en esencia, una sátira de la lucha de clases y una crítica de la sociedad enriquecida con humor.
Su obra no celebra la muerte, sino que se burla de la vida cotidiana y de las luchas de los mexicanos para sobrevivir.
Si en la actualidad los mexicanos se ríen de la muerte, los grabados de Posada se burlan de la pobreza y de cómo las personas enfrentan sus desafíos económicos.
José Guadalupe Posada fue un adelantado a su tiempo. Sus esqueletos y calacas reflejan una visión de la identidad mexicana en plena revolución.
Hoy en día, miles de personas personifican sus creaciones en una de las festividades más emblemáticas de México, el Día de Muertos.
A pesar de su impacto en la cultura mexicana, José Guadalupe Posada nunca recibió el reconocimiento que merecía en vida.
Su fallecimiento en 1913 pasó desapercibido, enmarcado por el velo del anonimato. Sin embargo, su legado perdura, y sus calacas siguen siendo apreciadas como una parte integral de la rica tradición y el folclore de México.