Este 2024, el calendario nos obsequia un día adicional, marcando un año bisiesto. Descubre por qué esta peculiaridad temporal se repite cada cuatro años y cómo contribuye a mantener la sincronización entre nuestro sistema de medición del tiempo y los ciclos astronómicos.
Un año bisiesto implica la inserción de un día extra, el 29 de febrero, en contraste con los 365 días de un año convencional.
La necesidad de este ajuste radica en el tiempo que la Tierra tarda en completar una órbita solar, aproximadamente 365 días, cinco horas, 48 minutos y 46 segundos, según explica el profesor Daniel Flores de la UNAM.
El antecedente histórico nos lleva a Julio César en el 46 a.C., cuando se añadieron 90 días al calendario desfasado.
En 1582, el papa Gregorio XIII eliminó 10 días para corregir las discrepancias y asegurar que la Pascua coincidiera con la primera Luna llena del equinoccio primaveral.
A pesar de esta corrección periódica, existe una excepción.
Cada cuatro siglos se descarta un año bisiesto para mantener la precisión.
Astrónomos como Cristóbal Clavio y Luis Lilio propusieron esta medida en el pasado, asegurando que omitir tres años bisiestos cada cuatro siglos evita desfases significativos.
Aunque la última omisión fue en 1900 y la siguiente será en 2100, muchos pueden desconocer esta norma que garantiza la alineación de eventos astronómicos y estaciones con nuestro calendario.
Así, el 2024 nos brinda no solo un día extra, sino también una oportunidad para reflexionar sobre la compleja danza entre el tiempo y el cosmos.
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